jueves, 20 de septiembre de 2007

Una mirada




La serenidad es gratamente interrumpida por el canto de los pájaros y el viento entre las hojas de los árboles. Podría ser un domingo o un lunes o un jueves: el tiempo no existe en estos barrios de pasajes angostos y casas idénticas. Tan iguales que se vuelven diferentes, como si un espejo se divirtiera reflejándolas con distintos colores.

Tras una experiencia a pequeña escala en Parque Patricios, el primer barrio Cafferata se edificó en Parque Chacabuco en 1921. Tiene 161 casas individuales de aire británico, repartidas en calles con nombres inspirados por la Revolución Francesa: Igualdad, República, Libertad y Fraternidad. Lo siguió el barrio Rawson, en Agronomía, en un triángulo formado por las calles Tinogasta, Zamudio y San Martín. Buenos Aires oculta numerosos barrios como éstos, verdaderos microclimas de manzanas diminutas, veredas estrechas y calles con nombres de aves, escritores o árboles.

En los años 20 la Municipalidad firmó un convenio con la Compañía de Construcciones Modernas para hacer 10.000 casas. Se llegaron a edificar 5.000 en los barrios Tellier y Falcón, o de las Mil Casitas, en Liniers; Emilio Mitre, en Parque Chacabuco; Varela-Bonorino, en Flores; Nazca, en Villa Santa Rita; y Segurola, en Floresta.

Uno de los más grandes es el barrio de las Mil Casitas, en Liniers, en realidad dos unidos, el Falcón y el Tellier. "Son 1.700 casitas de estilo holandés - precisa Nélida Pareja, de la Junta de Estudios Históricos de Liniers - y siempre tuvieron una bohemia especial".

La vida en estas barriadas tenía un ritmo propio. "Era como una sola familia. En el barrio Nazca, de Villa Santa Rita, para las fiestas, sacaban mesas a la calle, comían todos juntos y hasta invitaban al vigilante de la esquina", recuerda Isabelino Espinosa (85), de la Junta de Estudios Históricos de Villa del Parque. Aún hoy, los antiguos barrios ingleses conservan su identidad y ofrecen una tranquilidad que ya no existe en el resto de la Ciudad.

Las "mil casitas" son casas de dos plantas. Cada manzana está dividida en tres, con lo cual se forman calles angostas, que llevan nombres de aves autóctonas. Actualmente la mayoría de estas casas han sido reformadas; sin embargo, todavía muchas de ellas conservan el diseño original.

"Las casas de estos barrios son especialmente buscadas por parejas jóvenes con hijos. Las preferidas son las que se mantienen en estado original, que son las que escasean", afirma Juan Pablo Giacomello, de la inmobiliaria Raíces, que ofrece algunas en el barrio de las Mil Casitas, en Liniers.

Hoy, mirados desde la impecable perspectiva que da la distancia, brillan como perlas en el abigarrado mapa urbano. Su preciosa arquitectura y particular trazado los han convertido en comunidades casi autónomas en sus hábitos y costumbres. Sitios donde sobreviven el cálido buendía, la preocupación por el bien común y hasta el consabido mangazo de azúcar. Allí, donde la cercanía es marca identificatoria, se disfruta la terapéutica soledad en compañía. Y el ventana a ventana dibuja los límites, según los vecinos, del mejor lugar en el mundo.

"Queríamos sentirnos parte de un barrio"
Llegaron por casualidad, perdidos en busca de una casa pero confundieron las calles y terminaron en el medio de una curiosa trama de pasajes con nombres más curiosos aún. Y si bien hasta ese día desconocían su existencia, el encanto del barrio de las mil casitas los capturó de inmediato.

A principios de 2001, Claudio (43) y Carina (37), ambos periodistas, se mudaron a una de estas casitas junto a sus hijos, Francisco (7) y Paz (4). "Antes recorrimos unas cuantas. Conocemos todas las reformas posibles del modelo original. Ahora casi todas están recicladas, pero dicen que en los años 20 eran tan iguales que las visitas se confundían de casa", se divierte Claudio. Eligieron el barrio porque les ofrece algo que su departamento de Congreso, donde vivían antes, no les daba: sentido de pertenencia. "Acá nuestros hijos recuperaron lo que nosotros teníamos cuando éramos chicos - asegura Claudio -. Todos nos conocemos, ellos van a la escuela del barrio, Francisco se hizo amigo del chico de la casa de en frente y juegan juntos".

Al querido Alfredo Alcón
La crítica lo considera el mejor actor argentino de nuestro tiempo.

Nació en Ciudadela pero creció en Liniers. Fue en la terraza de su casa donde comenzó a palpitar la vocación actoral. Estudió en el colegio Carlos Morel, y luego de cursar cuatro años en un industrial su madre lo inscribió en la Escuela Nacional de Arte Dramático, en Callao y Las Heras. En los reportajes el actor siempre recuerda a su primera novia, la plaza Sarmiento y el barrio de las mil casitas.

Atrás quedaron sus trabajos en radio Nacional en las Dos Carátulas, sus lecturas radiales en el Boletín del Mercado Nacional, su trabajo diario desde el amanecer hasta el mediodía en una imprenta, y los viajes que le seguían desde el barrio al centro rumbo a los estudios del conservatorio.

Debutó en teatro con un papel protagónico en Colomba, con Analía Grade y bajo la dirección de Juan Carlos Thorry. Inolvidables sus éxitos en Romance de Lobos, de Valle Inclán; de Pies y Manos, de Tito Cossa y Lorenzacho. En España triunfó con El Público, de Federico García Lorca. Además de protagonizar películas y ciclos de calidad en cine y televisión, la crítica lo considera el mejor actor argentino de nuestro tiempo. El barrio de Liniers tiene el orgullo de haberlo cobijado en sus pasajes y en sus calles.